Sobre la verdad I
La verdad es que todo lo que llamamos “realidad”, es producido por la ocasión de que hay alguien que nos sueña constantemente. Este sujeto que nos sueña, es de hecho, lo que todos los sistemas de creencias que el ser humano ha producido llaman “Dios”. Lo que ellos consideran –Definen, llaman- de muchas formas diversas remite finalmente a una entidad omnipresente, omnipotente, capaz de hacer una de las pocas cosas que los seres humanos, en nuestro estado ordinario, no somos capaces de hacer: Crear. Podemos copiar, modificar, deconstruir, construir, pero todo, ocurre únicamente a partir de elementos externos que manipulamos. No podemos producir la realidad, por supuesto, a no ser que hagamos algo para ganar dicha capacidad. Allí es donde entra el sueño. “Dios” es una presencia, consciente de su propia existencia, tan potente vasta pero a la vez tan frágil y delicada, que en su estado de maximización absoluta, existe soñando. A permitido que su arquitectura mental continúe su existencia de una manera casi aleatoria en marcha, en lo que pudiera ser una ausencia absoluta de voluntad, ego, necesidad, etcétera, ya que las características que nos definen a nosotros como seres humanos no aplican para ella. Ella –Prefiero llamarle de esta manera- existe de una manera distinta a como nosotros existimos. Y como devenimos de ella, una parte de lo que ella es lo hemos heredado. Por eso soñamos, como un rasgo “genético” que ella nos ha legado y por el cual además permanecemos vinculados a ella. No existe ser alguno que no sea capaz de soñar –Los seres humanos que lo nieguen, sencillamente, no lo recuerdan-. Por eso los sueños, a lo largo del tiempo, han fascinado a la humanidad, o más bien, a sus más portentosos pensadores. Ella, la primera consciencia, el primer SER, que permanece en un estado de evolución tan vasto que es quien, de hecho, produce todo, desde siempre y para siempre –Hay que intentar comprender que el tiempo es un concepto humano, y que no hay ni un principio ni un fin en términos del cosmos, siempre habrá un espacio inmenso, el éter total, cuya existencia no es finita y por tanto nunca puede acabar- es entonces quien sueña con nosotros y en dicho proceso, produce lo que llamamos realidad. Siempre ha habido, y siempre habrá, espacio físico, como una dimensión en la cual las cosas permanecen, existen. Sencillamente nuestros cuerpos están aquí porque pueden ocupar dicho espacio. El espacio es infinito, y está en constante cambio. Pero sin una pulsión que produzca todo lo material, todo lo físico, jamás se habría originado nada. De la nada, nada puede nacer. He ahí la paradoja, ella siempre ha estado aquí, en todas partes, y siempre estará. Y su modo de existir escapa a nuestro entendimiento y por eso lo definimos como el sueño. Porque el sueño, es para el ser humano ordinario, imposible de controlar. ¿Pero qué pasa si lo controlamos, a un nivel en el que creyéramos que lo que se produce en el es real y tiene un efecto en el todo? Seriamos como ella, o al menos, nos elevaríamos por encima de nuestra condición inicial, acercándonos a su potencia, a su nivel de consciencia. De hecho, conforme nos sueña, nosotros participamos activamente de su sueño, y le agregamos, como parte de ella misma, más elementos aun. Es decir, que nosotros de alguna manera hacemos parte de la pulsión vital universal que produce todo, que mantiene el cosmos en marcha. Nuestra contribución, por supuesto, es diminuta, pero esta allí –Así como cada célula contribuye a que nuestro ser, continúe en marcha-. Estamos conectados completamente a esta consciencia suprema, y de hecho, parecieran ser muchos los canales que nos unen a ella, pero en realidad se trata de una sola vía, un solo puente, así como el feto en el vientre de la madre está conectado, por ejemplo, por un cordón umbilical. Hemos heredado a muchos niveles lo que ella es y lo que ella hace, y de una manera que podría definirse como metafórica nos muestra, como somos parte de ella y de sus múltiples creaciones que confluyen en una única e inmensa performance total. Uno de los principales pilares de la mente humana es su capacidad de fijar ideas, a niveles profundos, que transforman dichas ideas en cosas autenticas, “reales”. Es solo nuestra capacidad de escribir en el sueño total que nos envuelve a todos. Es nuestra capacidad de creer. Es por eso que algunas personas, por ejemplo, creyentes de una determinada religión, pueden producir milagros a través de su fe. Pero además, queda explicado porque no a todos les ocurre lo mismo, y porque religiones que se contradicen las unas a las otras pueden observar y contar entre sus fieles diferentes “milagros”, o sencillamente, sucesos que no tienen otra explicación que una determinada “intervención divina”. Es solo un asunto de fe, la fe es una de las herramientas más poderosas del ser humano. Usada de manera inconsciente, a veces desencadena efectos sobre individuos o la realidad misma que trascienden cualquier explicación racional. Pudiera decirse que es “casualidad”, mas no existe tampoco el azar, otro concepto humano. Con la fe se puede acceder, con las pautas y los pasos adecuados, a la noción de que todo esto que nos rodea es un sueño nada más, del que hacemos parte, pero que además, escribimos constantemente, es decir, que una porción de él también es producida por nosotros mismos, sin que lo sepamos. Hay mucho, de hecho, de nosotros mismos, de nuestra gran máquina interior, que opera sin que lo sepamos. Toda esa vasta extensión de nuestra mente y cuerpo que trabaja inconscientemente, es además el lugar en donde debemos escribir para producir cambios en “la realidad”. Allí es donde la fe construye sus “milagros”.